80gr de garras de demonio y 20gr de plumas de calandria (priv. Raven)

El sueño de aquella noche había sido bastante espeluznante. Nada que un demonio no pudiese aguantar, pero incluso a él le había afectado. Aquellos gritos o lo que ocurría en aquella especie de almacén le había puesto la piel de gallina.

Recordaba la sangre circulando por el suelo libremente hasta perderse en una pequeña rejilla circular. O la persona que, sentada de fondo, se agarra a la silla con fuerzas mientras un ser cuyas alas que lo habían impresionado por su belleza hurgaba en la boca con cara crítica. Como si aquello fuese lo normal, sin importar el sufrimiento. Más bien parecía disfrutarlo por la pequeña sonrisa que se adivinaba en su boca.

Aquello lo había hecho estremecerse, y cuando justo parecía que lo miraba a él, se había despertado de un susto. Y sí, no sólo con un susto. Con algo más bajo la túnica que llevaba. Era la primera vez que soñaba con esa persona. O demonio. O lo que fuese. Aquellas alas lo habían dejado confuso, pero la sangre fría con la que había hecho daño a otro... Ah, ahí entraba en juego aquél lado tan raro de sí al que no le encontraba ningún beneficio ni ningún sentido.

Sentado en la silla de la pequeña tienda que llevaba con su abuela, fue las ojas de una revista que había comprado en la zona de la luz. Eso sí, sólo por ver qué se cocía por esos lares.

Su abuela lo miraba de reojo, crítica, como si ella también hubiese tenido su sueño, pero seguía atendiendo a los clientes y apuntando si el brevaje que pedían estaba agotado.

-Nyb, búscame uno de cabello de ángel, dientes de dragón, y yemas de vampiro -pidió su abuela. Una mujer que a pesar de su edad seguía viéndose bien.

Con pereza mal disimulada (pues enseguida soltó un bufido en respuesta) se perdió entre los estantes y subió a la escalera para deslizarse por el estante. Se lo conocía de memoria, pero a veces esta le fallaba, así que iba leyendo los nombres los nombres en voz baja, apenas moviendo los labios cuando la puerta de la entrada se oyó y la campanita tintineó a su paso.

Guantes de cuero negros, camisa blanca, pantalones negros, abrigo y zapatos del mismo color. Lo único que desentonaba con el estilo monocromático con el que Raven iba vestido, era su larga melena morada y violácea, y su eterna compañera, la mascara de plumas que tapaba gran parte de su rostro, y que hacia resaltar sus ojos, en aquel momento dorados, con una chispa de satisfacción mal sana brillando en ellos.

La noche anterior había tenido un trabajo estupendo, había tenido vía libre para usar su imaginación en el encargo, y por supuesto que lo había hecho. Había sido una larga y laboriosa tarea de tortura, en la que la victima, un pobre estúpido que se había acostado con quien no debía, había ido perdiendo partes de su cuerpo poco a poco... lo primero habían sido los dientes, sacándolos uno por uno y con parsimonia, ha estos les habían seguido las uñas, primero las de las manos y luego las de los pies, luego le corto los dedos meniques de las manos, le arrancó las alas, le saco los ojos y finalmente le castró cortando poco a poco con un finísimo bisturí.

Había seguido jugando un rato con él antes de curarle las heridas lo suficiente para que no muriera y le había abandonado en un callejón cualquiera. El cliente había especificado que quería que sufriera mucho, y que viviera para recordarlo. Bien, Raven estaba seguro de que jamás olvidaría las noche que habían pasado juntos, le había dejado demasiados recuerdos tanto físicos como mentales.

Paró brevemente su camino antes de dirigirse a una tiendecita de brebajes que había captado su atención. Quizás tuvieran algo interesante... mejor echar un vistazo, puede que consiguiera algo que mereciera la pena. Algunos remedios mezclados con otros causaban efectos realmente interesantes, amén de que algunas medicinas que curaban a algunas razas, eran un lento y doloroso veneno para otras. Como el remedio con extracto de ajo para el resfriado, que hacia a los vampiros retorcerse de dolor mientras sentían como su interior se deshacía. Aunque sin duda prefería que sus victimas fueran seres de la luz. Chillaban mucho más y le resultaban una perdida mucho menor. Como el desgraciado silfo que le había hecho tan feliz ¿quizás en esta tienda estuvieran interesados en sus alas? Mataría dos pájaros de un tiro si así era.

Sonrió y silbando la marcha fúnebre entro en la tienda haciendo sonar la campanilla – Buenos días... - saludó con tonó serio y frío, pero a la vez educado, acercándose al mostrador con tranquila seguridad.

-Buenas -la anciana inclinó levemente la cabeza, observándolo apenas de reojo con un brillo extraño en sus ojos rojos.

Sí, con sólo un vistazo había recordado el sueño que había tenido la noche anterior, muy diferente del de su nieto. Se agachó para tomar polvo de jengibre y miró de reojo en dirección por donde había desaparecido su nieto con algo de malestar.

Nybbas continuaba buscando buscando el botecito. Cuando lo halló sonrió con suficiencia. El líquido que contenía era de un marrón levemente claro, y por lo que recordaba olía bastante mal. Menos mal que estaba precintado. Bajando de la escalera salió de entre las estanterías y se paró al lado de su abuela.

-Aquí está -ni siquiera se fijó en quién había entrado, simplemente volvió a su silla agradecido de poder vaguear unos minutos más. Quizás cortándose las uñas, o limándolas. O a lo mejor pintándoselas. No las tenía mal, pero por pasar el rato. Se sentó en el taburete cruzando las piernas, dándole la espalda a los demás.

-Nyb, atiende al señor que acaba de llegar. Tengo que preparar el brevaje de éste señor. Por favor, vaya allí -le indicó al hombre de cabello violáceo, con cierto recelo.

¡Cómo le hubiese gustado ser ella quien atendiese a ese híbrido! Pero su nieto apenas sabía preparar los brevajes con precisión, y acaban siendo de tonalidades algo diferentes.

El muchacho sólo bufó, girando un poco la silla para encarar al hombre.

-¿Sí? ¿En qué puedo ayudarle? -preguntó, limándose la uña del dedo corazón mientras elevaba sus ojos azules y se quedaba ligeramente aturdido al encontrar un extraño parecido entre aquél hombre de negro y el del sueño de aquella noche.

Unos ruidos muy leves de crujidos le indicaron la pronta aparición del chico. Apesar de la cantidad de olores distintos, supo diferenciar su olor, que le indico antes de verle que se trataba de un demonio. Probablemente era familiar de la mujer, quizás su hijo, o su nieto, pero el olor era sin duda muy similar.

Y muy interesante. Picante, y un poco dulce, como una mezcla de especias. Le encantaba el olor de los demonio, puede que debido a su padre. Recordaba cuando sufría pesadillas y acudía con él, ahí reposando en su pecho, refugiado entre sus brazos mientras se empapaba de aquel tranquilizador olor. Pocos seres de la luz podían pensar en un demonio como un padre dulce y amoroso, pero el sabia que podían ser horribles con unos, y un trozo de pan con otros.

-Aquí está -

Oh... era una voz bastante bonita, a juego con el dueño, el cual era una pena que se escondiera en aquella túnica oscura. Sin duda debía tener un cuerpo igual de hermoso que el resto. ¿Sabría esa hermosa y clara piel como las especias a las que olía? ¿a canela y a curry? ¿o quizás su sabor seria diferente?

Le vio sentarse en una silla, de espaldas a todos, con ese pelo rojo que le tentaba apartar para dejar a descubierto la nuca, y quizás olerla, o lamerla, e incluso puede que morderla. Tirar de la tela de los lados, dejando a descubierto sus hombros, libre para acariciar y besar aquella piel... pero de momento solo podían ser meros pensamientos. No quería armar un escándalo.

-Nyb, atiende al señor que acaba de llegar. Tengo que preparar el brebaje de éste señor. Por favor, vaya allí -

''Nyb... Nyb, Nyb, Nyb...'' pensó paladeando el nombre en su mente. ¿Ese era su nombre completo? No, probablemente fuera un diminutivo, o un apodo pero, ah... ya era algo... una cosa más sobre el demonio con olor a canela y curry. El joven demonio perezoso, que bufaba porque le interrumpieran en su ocio y le hicieran trabajar.

-¿Sí? ¿En qué puedo ayudarle? -

Sonrió mirando brevemente aquella uña, ¿una escusa para no hacer nada? Porque estaba perfecta, pulcra, lisa y del tamaño y forma perfectos, casi le daban ganas de arrancársela y meterla en un bote para conservarla.

-Oh... tengo algunas cuestiones... me gustaría saber ¿solo tenéis brebajes curativos? De esos me llevare unos cuantos, pero quiero saber si vendéis más cosas – le aclaró con voz suave y profunda, mirándole directamente con sus ojos dorados, destelleando de vez en cuando en amarillo – y también querría saber... ¿os interesarían unas alas de silfo?

El pelirrojo no pudo evitar estremecerse al relacionar el sueño de la noche anterior con el hombre ante él. Vagamente había visto los ojos y la forma del cuerpo, pero no podía estar seguro. De todos modos el comentario sobre las alas de silfo... oh, le hacía acordarse de aquél pobre de su sueño. Había gritado tanto, había sufrido tanto... pero lo mejor había sido la sangre en todas partes, sobre todo en el rostro del hombre que lo torturaba.

No por nada se había excitado. La primera vez con uno de sus sueños.

Se aclaró la garganta e inmediatamente apartó su mirada de la ambarina, con algo de temor pero intentando aparentar una tranquilidad que para nada sentía por dentro. Y encima el tono de la voz no ayudaba para nada... le ponía más de los nervios. Aunque raramente también la encontraba atractiva, igual que la máscara o la forma de la cara que se podía apreciar. Se notaba que era un hombre atractivo, y la ropa le quedaba genial puesta. Pero también sentía un aura peligrosa envolviéndole.

Seguro que hasta su abuela lo había sentido.

-Esas alas de silfo nos vendrán muy bien -comenzó, con una sonrisa extendiéndose en su rostro. No iba a dejarse intimidar, por eso, incluso, sus ojos parecían sonreír y brillar contra los del extraño-. ¿Cuánto pide por ellas? Y... aquí tenemos todo lo que pueda imaginar. Incluso los brebajes más difíciles de encontrar. Siempre tenemos de todo. Incluso en épocas del año en las que ciertos brebajes no se pueden hallar. Y, dígame, ¿qué busca de todo?

Dejó a un lado su lima, y con lentitud sacó de debajo del mostrador una libretita y un boli de color rojo.

Que lastima que apartara esas pequeñas joyas impidiéndole sumergirse en sus claras aguas y tratar de desentrañar los secretos de su alma. Quería verse reflejado en aquellos claros espejos, quería ver las emociones que se podían leer en ellos. La tentación de agarrar su fina barbilla y tirar de ella para que no tuviera más remedio que mirarle a los ojos fue tremenda.

-Esas alas de silfo nos vendrán muy bien -comenzó, con una sonrisa extendiéndose en su rostro. No iba a dejarse intimidar, por eso, incluso, sus ojos parecían sonreír y brillar contra los del extraño-. ¿Cuánto pide por ellas? Y... aquí tenemos todo lo que pueda imaginar. Incluso los brebajes más difíciles de encontrar. Siempre tenemos de todo. Incluso en épocas del año en las que ciertos brebajes no se pueden hallar. Y, dígame, ¿qué busca de todo?

Ah... eso estaba mejor, que bonitos, que brillantes, parecían perfectos para engarzarlos en un anillo o en un colgante. Observó como sacaba una pequeña libreta y un bolígrafo rojo. El rojo era un color precioso, uno de sus favoritos, y contra la piel de la mano que sostenía el instrumento de escritura, era aun más hermoso. Le gustaría ver esa piel cubierta de un rojo mucho más intenso y menos brillante que el de aquella tinta.

-En el mercado están a cinco monedas de oro, pero... yo solo pediré tres, y quizás un pequeño descuento en mis compras que dejo a tu decisión – Sonrió mirando a su alrededor por la tienda - ¿tenéis venenos? Me interesaría adquirir algunos, así como brebajes que contengan nitrato de plata, ajo, belladona, mandrágora y cicuta – volvió a centrar su mirada en el demonio, inclinándose un poco hacia él – y... algún perfume de canela y curry, se me ha antojado desde que pude olerte... - murmuró con suavidad y tono seductor.

Nybbas, que había estado apuntando lo que el cliente quería, alzó los ojos para mirarlo. Su ceño estaba fruncido, y sus ojos parecían debatirse entre echar fuego o eliminarlo de su radio de visión. Por favor, odiaba las cursilerias. Y daba igual que sintiese sus mejillas arder o su cuerpo hubiese temblado un poco al sentirlo cerca suya,

El cabello violáceo había caído en cascada y había podido percibir su olor con más intensidad. Olía a peligro, pero también a algo que removía cosas en su interior.

Prefirió ignorar sus palabras y simplemente centrar su vista en la hoja blanca, terminando de escribir lo que le había dicho, sin quitarse la expresión enfurruñada.

Su abuela, desde el otro lado, veía la escena con cara de reproche, despidiéndose del hombre y yendo a colocar lo que no se había llevado.

-Bien, tres monedas -dijo secamente. Apretaba con tanta fuerza el bolígrafo que parecía que iba a reventar-. Y sí, tenemos venenos. Ahora buscaré todo lo que ha pedido... Y por favor, esto no es una perfumería, no sé si se habrá dado cuenta.

Que exquisitez, que maravilla, esa mirara fulminante le había encantado. ¿Como seria ver esos ojos llenos de miedo? ¿de dolor? ¿de suplica y deseo? Quería ver todo lo que esas pequeñas joyas eran capaces de reflejar. Y oh... ese sonrojo en su rostro, tan hermoso... ¿por que ese sonrojo? ¿le habría puesto nervioso acaso? ¿quizás era por su cercanía? si alcanzara una de sus manos, y lamiera su piel hasta donde llegara a alcanzar... ¿ese pequeño sonrojo aumentaría o se apoderaría de su faz la lividez?

-¿Y un pedazo de tu piel? - murmuró sujetando con rapidez aquella mano que apretaba el bolígrafo con tal fuerza que sus nudillos se veían aun más blancos que el resto de la piel, y acarició con su otra mano el dorso y parte del brazo del otro - ¿me la venderías para que pudiera conservar su esencia? - sonrió soltando la mano y retrocediendo un poco, como si solo hubiera sido una broma – tomate el tiempo que necesites para reunirlo todo, no tengo ninguna prisa... - le aseguró sacando de entre su ropa algo envuelto en tela y depositandolo en el mostrador. Una pequeña mancha de sangre se podía ver en uno de los extremos del paquete – las alas... bien frescas...

Se había sentido empequeñecer ante el toque de aquella mano. Y daba gracias a Loth de que lo había soltado rápido, y también de que llevase guantes de cuero. No se habría visto capaz de soportar los fragmentos de la vida de ese híbrido. Ya sin haber tocado su piel, había sentido un leve estremecimiento y había sabido que algo no estaba bien con esa persona.

Y cuando había escuchado aquella frase sobre su piel... Por Loth, no pudo evitar recordar el sueño. Para bien y para mal. Maldito, no sólo le bastaba dañar a alguien como la noche anterior, sino que encima iba a su tienda a torturarlo. ¿Era una broma del destino? Ojalá hubiese soñado con el carnicero como otras veces. Era un hombre maduro pero atractivo, y le encantaba soñar con él. Pero debía admitir que había sido un buen cambio de persona. El hombre ante sí era atractivo, sí, debía admitirlo. Y aquellos ojos hacían que se sintiese empequeñecer una facilidad innata.

Evitó mirarlo a la cara y prefirió mirar la tela medio ensangrentada. Tragando saliva, dejó el bolígrafo en el mostrador, y apartó un poco aquella tela para verlas.

Oh, eran como las de su sueño. Quizás si las tocaba aún quedaba algo del recuerdo de su dueño. Puso las yemas de sus dedos en el extremo lleno de sangre, paseándolo por toda la extensión: Eran suaves y sí, pequeños retazos mucho más detallados que su sueño estaban llegando a su cabeza, y no sólo ahí. Jadeó un poco de la impresión y apartó enseguida la mano.

-Bien. Entonces puede esperar tomando un té o un café si gusta. Y... se ve que han hecho un buen trabajo con las alas. Normalmente nos llegan un poco rotas por las puntas, y así pierden valor.

Había evitado contestar al comentario sobre su piel. Pero era mejor así.

Nuevamente le privaba de la vista de sus ojos, para fijarlos en el paquete que había deseado en el mostrador. No perdió detalle de como lo desenvolvía un poco, y como paseaba sus hermosos y estilizados dedos por la ensangrentada superficie de aquellos miembros amputados. Aquel jadeo y que apartara la mano tan deprisa, como si se hubiera quemado con el tacto, llamaron su atención. ¿A que se debía ese comportamiento? Le intrigaba... no solo parecía ser una criatura hermosa, si no también misteriosa. Quería saber, averiguar cosas sobre él, y lo haría aunque para ello tuviera que destriparlo para leer los secretos que guardaba en sus entrañas.

-Soy un profesional... me siento orgulloso de mi habilidad... - dibujo una media sonrisa de aire peligroso, agradeciendo el cumplido con asentimiento de cabeza – y gracias por el ofrecimiento, pero estaré bien así – rechazó con amabilidad.

Evitaba todo lo posible tomar bebidas o comidas elaboradas fuera de casa. En un trabajo como el suyo se aprendía a ser precavido, porque siempre había alguien guardando rencor, y era demasiado fácil envenenarlos. El mismo había matado a muchos de aquella forma cuando le habían pedido que fuera discreto.

Sus ojos azules no podían evitar acabar en los del otro o en su sonrisa. Le daba escalofríos el sólo escucharle y a la vez haber visto aquél recuerdo hacía apenas unos segundos. Aquel silfo iba a desear estar muerto y no muerto en vida, había sido espeliznante.

Envolvió de nuevo de nuevo las alas, procurando no tocarlas, y se las puso bajo el brazo.

-Como quiera -dijo, aunque le daban ganas de decir: ''Pues tu te lo pierdes, idiota'', pero prefirió callarse. Sí, mejor callado que acabar sin dentadura como cierto silfo-. Espere sentado en aquella butaca.

Se acercó a una estantería cercana y se subió a la escalera, buscando el cajón donde guardar aquellas alas. Su túnica era bastante larga, pero dejaba ver parte de sus muslos si subía muy alto, y no paraba de taparselos discretamente, maldiciendo porque había olvidado la lista abajo y aquello supondría bajar y volver a subir. Es decir, dejar que se le viese hasta el nacimiento de su primera célula.

Pequeños vistazos, fugaces encuentros con los ojos del demonio antes de que con extremo cuidado devolviera a las alas su envoltura y marchara con ellas. ¿Que era lo que había visto en aquellos ojos? ¿ese pequeño brillo que había vislumbrado en cortos encuentros antes de que apartara definitivamente la vista? ¿acaso había sido temor? Que delicia seria de ser cierto.

Se dirigió al mueble indicado, sentándose con un elegante vuelo de su abrigo, mirando fijamente al otro sin ningún reparo ni intento de disimular. Sonrió ampliamente al ver la pelea que el demonio mantenía contra su ropa para que no mostrara más de lo que debía.

Bendita túnica y bendita escalera, que se confabulaban para mostrarle aquellas hermosas vistas. Esas hermosas y esbeltas piernas, blancas como la leche. ¿Como seria tocar aquellos muslos? ¿clavar en ellos sus colmillos? ¿desgarrarlos con sus garras? ¿que escondería esa piel de aspecto delicado bajo ella? Sentía deseos de hacerlo, pero también sentía deseos de acariciarlos, de lamerlos y besarlos con suavidad, y no sabia cual era el deseo más fuerte, si el de dañar, o el de dar placer.

Por primera vez, Nybbas comenzaba a odiar su propia ropa. Siempre había pensado que era ligera, sencilla y refrescante; buena para toda época del año. Nunca se había preocupado por si lo veían porque ningunos ojos parecían atravesarle tanto como los de ese desconocido híbrido.

Las plumas azules en contraste con sus ojos ambarinos y su pelo violáceo podía dejar embelesado a cualquiera, incluso él se había sentido así, y más al ver esos labios carnosos le hacían desear que hubiese besado el trozo de piel que había tocado con su mano. Aunque el toque había sido ligero, aún sentía el leve comezón en la piel.

Guardó con rapidez las alas, desplazando de nuevo la escalera para bajar. El bajo de la túnica se ondeaba, y él sólo tenía deseos de dos cosas: o cambiar su estilo de ropa y empezar a llevar pantalones, o arrancarle aquellos ojos tan perturbadores al otro.

Con toda la gracia que pudo, bajo de la escalera, yendo hacia el mostrador mientras le regalaba una leve sonrisa de compromiso y un ligero vistazo a lo que hacía.

-Tenemos algunas revistas, por si le interesa. Ya que no quiere beber nada...

No aparto de él la vista ni un segundo, observando cada movimiento como un depredador a una presa, y ciertamente lo era. Un depredador muy peligroso que había escogido al demonio como su siguiente presa. Lo quería, quería tenerle, y lo tendría fuera como fuera, si podía seducirle y atraerle hasta su terreno mejor, si no... bien, por la fuerza también le servia, por algo vivía alejado de vecinos cotillas y molestos. Sin nadie que pudiera escucharlos, los gritos no servían nada más que para el disfrute de sus oídos.

Para su gusto terminó demasiado pronto de guardar las alas, pero de todas formas la ondeante túnica le seguía ofreciendo hermosas vistas mientras terminaba de bajar. Y esa sonrisa que le dio... falsa, pero hermosa. Unos dientes preciosos, como el resto del demonio.

-No te preocupes... estoy bastante entretenido – aseguró descaradamente, con una sonrisa de cortesía helada, tan falsa como había sido la del otro. ¿Ponía nervioso al otro? Bien, eso le agradaba mucho.

Nybbas no perdió su sonrisa, pero casi le habían entrado ganas de ir hasta el otro y abofetearlo. Le ponía los pelos de punta, y aquella sonrisa lo convertía en un manojo de nervios. Pero lo peor había sido aquella frase, estoy bastante entretenido. ¿Entretenido con qué? ¿Con él? ¿A eso se refería? Pues menuda diversión ver a alguien. A menos de que quisiese burlarse de él, que parecía lo más probable por cómo lo miraba.

Tuvo que luchar por aguantarle la mirada, pero acabó apartándola sintiendo sus mejillas algo arreboladas ante un pensamiento fugaz que había tenid. ¿Aquello de estar entretenido se referiría a ver lo que había bajo su túnica? Eso sólo lo ponía más nervioso.

-Como guste... pero si se le ofrece algo, sólo dígame.

Con pasos lentos se acercó al mostrador y cogió el papel con todo lo que le había pedido, varias bolsitas transparentes y una cuchara con forma de pala para coger los ingredientes. Sólo le faltaban los guantes, pero ni siquiera pensaba en ellos. En ese momento lo que menos le parecía grave era romperse una uña, sino que aquel individuo se fuese cuanto más rápido mejor. Subió de nuevo la escalera, desplazándola y metiendo en la bolsa la mandrágora y en otras dos el ajo y la cicuta.

Le había mantenido durante bastante tiempo la mirada, pero finalmente la había desviado con un ligero sonrojo. ¿Habría captado finalmente el significado de su frase? Al menos era probable que se le hubiera pasado por la cabeza, era la explicación más razonable para su comportamiento.

¿Ofrecersele? oh... había muchas cosas que se le ofrecían... pero ninguna de ellas tenia mucho que ver con lo que se ofrecía en aquella tienda. Más bien tenían que ver con el tentador demonio que atendía en ella.

-Con lo que te he pedido tengo suficiente por ahora... - le aseguró contemplándolo nuevamente subido a aquella escalera – aunque si me gustaría saber cuando terminas de trabajar... quisiera agradecerte tu magnifica y profesional atención – bastante directo si, pero no tenia muchas ganas de andarse por las ramas, si funcionaba mejor que mejor, pero si no tenia otras formas...

El pelirrojo tuvo que que agarrarse a la escalera con fuerza cuando escuchó aquella proposición tan directa. Tanto que tuvo que mirarlo de reojo por sobre su hombro para constatar que había escuchado bien. Cambió las bolsas de mano y se giró de medio costado, clavando sus ojos azules a los ambarinos desde aquella altura.

-Eso es bastante atrevido, ni siquiera nos conocemos o sé su nombre. ¿Va diciendo eso a todas las tiendas que va? -preguntó, girando igual de rápido con el ceño fruncido y pensando que aquello era simplemente una locura.

Debía ser de esos tipos que se creían unos grandes conquistadores y que nada ni nadie se les podrian resistir. Pero ciertamente se preguntaba qué es lo que podría haber visto en él. Era una persona normal, tirando a vaga, que cuanto menos trabajase más feliz era; y si le podían cumplir todos sus caprichos sin tener que hacer nada a cambio, entonces podía sentirse verdaderamente feliz.
También era de los que gozaba mandando y recibiendo masajes. No tenía ni idea de lo que el otro pretendía, pero tenía clara una cosa: no quería acabar como el silfo de sus sueños. Aunque tuviste ese horrible placer por el dolor, no soportaría verlo en directo, y menos en sí mismo, o eso pensaba.

Como acelerado por esos pensamientos, volvió a girarse a encararlo.

-No pienso decirle cuando termino. Pero si quiere, le digo cuando lo hace mi abuela, quizás a ella si le gustaría. Hace tiempo que nadie la invita.

El demonio se giró para mirarle con lo que parecía molestia e incluso quizás enfado. Parecía que su propuesta no le había sentado bien, pero eso a Raven le traía sin cuidado, o mejor, casi diría que le gustaba, el que el otro mostrara ese carácter le encantaba.

-Eso es bastante atrevido, ni siquiera nos conocemos o sé su nombre. ¿Va diciendo eso a todas las tiendas que va?

Ah... no, no le había sentado nada bien. Que pena... tendría que buscar la forma de compensarle, o no. Como había dicho, el demonio se ponía muy atractivo cuando sacaba su carácter. ¿Como seria verle completamente furioso? ¿con la cara encendida en cólera?

-No pienso decirle cuando termino. Pero si quiere, le digo cuando lo hace mi abuela, quizás a ella si le gustaría. Hace tiempo que nadie la invita.

Rió, con una risa baja y fría, nada parecida a la risa de una persona equilibrada que ríe por una broma o un chiste, no, era risa demente, aunque no fuera estridente como solían serlo - ¿tu abuela? no... quien me interesa eres tu... pero si no quieres, bueno... simplemente esperare – dijo sonriendo, sin aclarar que simplemente esperaría a que el demonio saliera de allí, y como un vulgar acosador le acecharía entre las sombras, esperando el momento adecuado.

Nybbas entrecerró los ojos, inspeccionándole con sus orbes azules. Aquello de ''esperaré''... ¿volvería a la tienda otro día? Si era eso le daba igual, no pensaba ceder en ese momento ni en otro futuro. Podía volver cuantas veces quisiese, que él seguiría pensando igual. Sí, que viniese. No por que le resultase interesante todo el contraste que había en su rostro, sino para dejarle claro que a él no le apetecía quedar con alguien que no conocía y no lo haría.

-Pues venga cuando quiera, seguiré pensando igual... -contestó, girándose de nuevo para meter los dos últimos ingredientes en las bolsitas transparentes. Le había molestado que tan siquiera le dijese su nombre. Si estaba tan interesado, ¿por qué sólo quería que quedasen? ¿Y encima después del trabajo?

No podía evitar pensar mal. Sus sueños y aquella risita le frustraban. ¡Qué ganas de lanzarle las bolsas a la cara! Sólo se contenía porque aquello disgustaría a su abuela, que sabía que tenía un temperamento muy ligero.

Asegurándose de no caerse, fue bajando lentamente las escaleras, maldiciendo por lo bajo porque acababa de darse cuenta de una cosa... Tendrían que hacer los brebajes con aquellos ingredientes, así que ese tipo tendría que volver. Con el ceño fruncido y mordiéndose, casi masticando, su labio inferior, fue hacia el mostrador para empezar a anotar una fecha aproximada de cuando estaría.

Aquella... inspección por parte del otro casi le hace reír de nuevo. Que graciosa se veía la cara del demonio con aquellos ojillos entrecerrados, que adorable se ponía al tratar de analizarle, pero dudaba mucho que pudiese desentrañar y vislumbrar toda la oscuridad de su alma, separandola capa por capa para conocer sus secreto solo con una mirada.

-Pues venga cuando quiera, seguiré pensando igual... -

Eso le daban aun más ganas de reír... ¿pensar igual? La próxima vez que viniera, dudaba mucho que el demonio estuviera ahí, seguramente se encontraría encerrado en una habitación de su mansión, o puede que ya estuviera muerto. Todo dependía de lo divertido que le resultara con vida.

Empezó a silbar de nuevo la marcha fúnebre mientras seguía observando cada movimiento del otro. Buscando puntos débiles, memorizando la forma de moverse, calculando lo que necesitaría para hacerse con él.

-¿Seguro que no quieres aceptar mi invitación? Mira que luego te puedes arrepentir... - su voz sonó dulce, como una sugerencia o un consejo, cuando en realidad era una clara amenaza. Si iba voluntariamente seria fácil para el demonio, si no... bien, siempre le habían gustado las cadenas.

Con pasos largos. el pelirrojo se acercó al mostrador, dejando las bolsas de mala manera. Esto delataba que estaba empezando a enfadarse, al igual que sus labios que se asemejaban a dos lineas blancas por lo apretados que estaban. Incluso estaba apuntando el pago con mala letra rápida, casi hundiendo la punta del bolígrafo en el papel.

-Le aseguro que no me arrepentiré... -aclaró, sin elevar la vista para mirarlo. Hasta le daba pereza informarle de que debia volver otro día. Por él que se llevase los ingredientes y que se los metiese por donde gustase-. Además, ni siquiera sé como te llamas... -esto último fue un susurró, más para sí que para el otro.

Lanzó una mirada por donde su abuela se había ido, deseando que regresara y terminase de encargarse de aquél hombre. Él sólamente deseaba meterse en la trastienda y olvidarse de todo; además, aún no había terminado de hacerse las uñas, apenas tenía las uñas de los dedos gordos y de los meñiques de cada mano pintadas de fuxia.

Cabía añadir en su mente, que odiaba hacer cosas que no quería. Prefería que los demás hiciesen lo que él quería, sino perdía el interés.

Y cada vez parecía más furioso, y él se divertía más con su cara de enfado. Incluso empezaba a demostrarlo abiertamente, como con la forma que había dejado las bolsas, o la fuerza con la que escribía, y viendo esos labios apretados, como una rendija, le daban ganas de pellizcarlos y estirarlos. Quizás lo hiciera más adelante, cuando le tuviera a su merced.

-Ah... que descortés soy, es cierto, no me he presentado – murmuró con falsa vergüenza – me llamo Sean Black, aunque prácticamente nadie me llama así, suelen usar Raven en su lugar – sonrió de medio lado con algo de burla – podríamos decir que es mi nombre artístico.

Y técnicamente lo era, todos los que llevaban un tiempo moviéndose por los bajos fondos no le llamaban de otra forma, y reconocían rápidamente sus trabajos. Tenia una forma especial de tratar a sus victimas, una especie de marca. Las victimas vivas quedaban marcadas mentalmente, sin importar si en sus cuerpos quedaban o no marcas de su tiempo con él, y los cadáveres eran siempre acompañados por dos plumas, una roja y una azul.

Nybbas lanzó una mirada rápida a Raven, sorprendiéndose de que lo hubiese escuchado y estuviese presentándose. De primeras, aquél nombre no le pegaba nada. No le veía cara de Sean Black, y gracias al sueño de la noche podría jurar que Raven le iba muchísimo mejor y era mucho más certero, a pesar de los colores tan atrayentes que llevaba.

Con un carraspeo, desvió de nuevo los ojos.

-Bien... encantado -dijo, anotando los precios que sabía de memoria y empezando a hacer una suma bajo las cifras-. Mi nombre es Nybbas... -soltó al fin, auque no muy reacio a que el otro supiese eso de él. Más viendo cómo se estaba burlando de él-. Aún así no iré a ningún sitio.

Aunque, por una parte, la tentación era muy grande; por otra, no tenía ganas de descubrir que tan artístico era el híbrido, y menos con su cuerpo. A pesar de que la noche anterior se había encedido al verlo trabajar.

Ya sabia una cosa más del demonio, y el demonio una cosa más de él, aunque dudaba mucho que su nombre le dijera todo lo que le debería decir. La reacción normal en esos casos era que se ponían blancos como el papel, y temblaban como una hoja al viento. Su fama no era precisamente lo mejor para relacionarse socialmente.

-Igualmente encantado Nybbas... - respondió pronunciando el nombre como si lo paladease. En cierta manera así era. Saboreaba el nombre en su mente, mucho mejor a su parecer que el diminutivo por el que le había llamado su abuela – Nybbas... ah, bueno, no siempre uno obtiene lo que desea – murmuró como si se rindiera, cuando el comentario realmente iba para el demonio.

Podía engañarse y pensar que tenia el control todo lo que quisiera, pero cuando menos se lo esperara estaría en sus manos.

Nybbas sonreía complacido. El haber escuchado cómo se rendía lo había aliviado en sobre manera. Ahora incluso se sentía menos tenso y más relajado. Pudo acabar de sumar sin romper las hojas, y dejó una aparte para colocarla en una bolsa de plástico más grande donde había metido los ingredientes.

-Puede pedírselo a otro... -dijo, como si intentase animarlo, aunque en realidad interiormente el alivio se mezclaba con una curiosidad que surgía en ese momento. Era una sensación extraña, como si ahora que se había rendido quisiese ser él quien quedase con Raven. Pero desechó la idea rápidamente-. Aquí tiene la cuenta, ¿puede volver mañana por la mañana? Los brebajes estarán listos a primera hora.

Movió la bolsa a un lado, tendiendo hacia delante el papelito.